Preguntas abiertas vs preguntas cerradas. Una guía práctica para docentes

Qué son las preguntas abiertas y cerradas
En educación, las preguntas abiertas y cerradas son como dos tipos de llaves: una abre una puerta chiquita y directa, y la otra abre una mansión llena de pasillos para explorar.
Una pregunta cerrada es como pedir la contraseña de Wi-Fi: o te la dicen o no, no hay mucho más que agregar. Ejemplo: “¿Terminaste la tarea?” o “¿La Tierra es redonda?”. Son rápidas, claras y evitan rodeos… pero no esperes que la respuesta sea más emocionante que un “sí” o un “no”.
En cambio, una pregunta abierta es como decirle a un niño: “Cuéntame cómo fue tu día”. Prepárate para una historia que puede durar 30 segundos… o hasta que suene la campana. Ejemplo: “¿Qué parte de la clase te resultó más difícil y por qué?”.
En resumen: las cerradas van al grano, las abiertas abren un mundo de ideas. Y como diría la UNESCO: “La educación inclusiva y de calidad requiere diálogo, no monólogo”.
Ventajas y desventajas de cada tipo de pregunta
Las preguntas cerradas son el espresso de la comunicación: rápidas, concentradas y sin vueltas. Ventajas: te ahorran tiempo, son fáciles de tabular y perfectas para evaluaciones rápidas. Desventajas: limitan la creatividad del estudiante, y a veces solo confirman lo que ya sabes. Ejemplo divertido:
— Maestro: “¿Estudiaste para el examen?”
— Alumno: “Sí.”
(… Y ahí te quedas, sin saber si el “sí” significa que estudió 10 minutos o que soñó con el libro).
Las preguntas abiertas son como un café con leche gigante: hay que tomárselo con calma, pero es más sabroso. Ventajas: fomentan el pensamiento crítico y la expresión. Desventajas: requieren más tiempo para responder y corregir. Ejemplo:
— Maestro: “Cuéntame cómo resolviste este problema de matemáticas.”
— Alumno: “Bueno… primero vi el enunciado, luego me puse a pensar… luego me acordé que tenía hambre…”
Conclusión: lo mejor es combinarlas para obtener información rápida y a la vez conocer el razonamiento detrás.
Algunas recomendaciones:
1. Empieza con una pregunta cerrada para romper el hielo
Al inicio de la clase, una pregunta cerrada es como un calentamiento rápido:
— Maestro: “¿Hiciste la tarea?”
— Alumno: “Sí.”
Perfecto, ya rompiste el hielo (y quizás su autoestima si la respuesta es “no”). Sirve para obtener información directa y rápida antes de pasar a lo profundo.
2. Usa preguntas abiertas para explorar ideas
Las preguntas abiertas son tu pase de entrada al cerebro del estudiante. Ejemplo:
— Maestro: “¿Cómo explicarías este concepto a alguien que nunca lo ha visto?”
Con esto fomentas la expresión, el pensamiento crítico y evitas que la clase se sienta como un interrogatorio de policía.
3. Combina ambas para mantener el equilibrio
No es blanco o negro, es un café latte educativo: un poquito de cada. Por ejemplo:
— Cerrada: “¿El río Nilo está en África?”
— Abierta: “¿Cómo crees que este río influyó en las civilizaciones antiguas?”
Así evitas respuestas de una sola palabra y mantienes la atención de todos.
4. Ajusta el tipo de pregunta al objetivo de la clase
Si estás evaluando conocimientos básicos, usa cerradas.
Si quieres fomentar debate o reflexión, usa abiertas.
Es como elegir entre microondas o estufa: ambas calientan, pero una es más rápida y la otra te permite cocinar con más detalle.
5. Cierra siempre con una pregunta abierta
Terminar la clase con una pregunta abierta deja a tus estudiantes pensando (y a ti con menos riesgo de bostezos). Ejemplo:
— “Si fueras maestro, ¿cómo enseñarías este tema de forma diferente?”
Es un cierre redondo que da espacio a la creatividad y refuerza el aprendizaje.
Cómo usar preguntas abiertas y cerradas en el aula
Usar preguntas abiertas y cerradas en la enseñanza es como hacer una buena receta: hay que saber cuándo poner sal y cuándo azúcar.
Si quieres datos rápidos: usa cerradas. Ejemplo: “¿Entendiste la explicación?” (cerrada).
Si quieres explorar ideas: usa abiertas. Ejemplo: “Explícame con tus palabras cómo usarías esta fórmula para resolver otro problema” (abierta).
Una estrategia divertida:
Pregunta cerrada para arrancar: “¿Leíste el texto?”
Pregunta abierta para profundizar: “¿Qué opinas del final y cómo lo cambiarías?”
Pregunta cerrada para confirmar: “¿Crees que tu versión es mejor?”
Con este método, no solo verificas conocimiento, sino que también motivas a tus estudiantes a pensar más allá. Y lo mejor: nunca más te quedarás con el famoso “sí” o “no” como única respuesta.